jueves, 28 de noviembre de 2013

¿Y por qué no?

¿Por qué yo no puedo? ¿Por qué a mi no me toca? O, ¿por qué a mi me toca siempre? Que prepotencia egocéntrica la del ser humano cuando cree que todos los males recaen sobre él mismo. Como si el crupier del más allá repartiese siempre las mismas cartas al idéntico jugador. Iluso. Hay demasiados players en esta ronda azarosa que es la vida.

¿Pero acaso no todos tenemos complejo de "Show de Truman"? ¿No es cierto eso de que en realidad todos buscamos lo mismo? Que nos preocupan las mismas cosas. Pensó en aquello que escuchó en alguna película. Eso de que el decir que todos somos especiales es una forma edulcorada de afirmar que todos somos iguales. Quizás era verdad. Pero no la interesaba adentrarse en aquella reflexión. Restos de cerveza en su cerebro la animaban a huir de profundos pensamientos y a escapar.

Que fácil es huir a veces, y cuando menos, tentador. Pero en ocasiones la mente es una habitación hermética. La resultaba tremendamente difícil salir de sus propios pensamientos. Hasta el punto de aburrirse como espectadora de su propia conciencia, pues la película se repetía una y otra vez burlándose de su estropeado reproductor cerebral.

A menudo la perseguía la culpabilidad. ¿Su problema era no saber elegir al adecuado compañero de partida? O ¿es que era demasiado exigente? Y si esta última cuestión era cierta, ¿por qué no iba a serlo? ¿No se merecía el todo? ¿El 100%? ¿El full de ases? ¿El órdago? ¿Un ace? ¿Un triple desde la otra canasta? Si ella no exigía, quien lo iba a hacer.

Volvió a encontrarse en un punto que la resultaba familiar, aunque con más peso en sus espaldas y rodeada de nueva gente. Todo volvía a ser igual pero todo era diferente.

©SandraLópezOrtiz_uca

martes, 5 de noviembre de 2013

Nada engaña más que los recuerdos

El nórdico permanecía arrugado adquiriendo la forma de una oruga textilizada. Se aferraba a él con todas sus fuerzas, como aquellas noches de antaño en las que intentaba alejar a los monstruos de debajo de la cama, tapándose bajo las mantas. Con el tiempo descubrió que los monstruos no son seres tan fantásticos.

El viento estaba demasiado ebrio aquella noche de otoño. Se tropezaba torpemente con todo lo que pillaba en su camino, por ello las ventanas retumbaban repetidamente. Imaginó unas manos que la sobresaltaran calmándola en el mismo segundo. Bendita controversia la del ser humano. Pero solo la rozaba aquel ropaje de cama que había adquirido una forma tan extraña envuelta en ella misma.

La tenue luz de la calle entraba en su cuarto iluminando la estancia con un brillo diferente. Comenzó a escuchar las voces de aquel submundo continuo separado por tan solo un tabique. El televisor gritaba algún absurdo comentario de programa no recomendado. No recomendado por ella, está claro.

Su instinto cotilla la hizo desconectar de sus pensamientos psicópatas sobre aquellas sombras extrañas que, una eterna silla llena de ropa, proyectaba en la pared. Pero no conseguía descifrar que clase de individuo podría ocupar tal espacio contiguo. Dio rienda a suelta a su imaginación, pues el dormir siempre era una opción secundaria, y se aventuró a imaginar que existiría al otro lado de la habitación.

De pronto un sentimiento conocido se apoderó de ella. La voz procedente del televisor la resultaba muy familiar. Tanto, que la trasladó hasta los once años. Se vio con una coleta alta que dejaba caer el cabello en aquellos hombros cargados con esa nueva mochila, entrando por la puerta de casa oliendo a tortilla de patata desde el portal. En el salón, su padre permanecía con ojos encendidos enfrente de un televisor que narraba un partido de fútbol. La misma voz que ahora escuchaba en aquella noche de otoño.

Ya no la importaba la identidad de aquel otro ser nocturno. Ya no veía monstruos en la ropa.
Por unos minutos, al menos, dejó de sentirse mayor.
Por unos minutos, dejó de sentirse sola.

©SandraLópezOrtiz_uca

domingo, 29 de septiembre de 2013

Como suceden y no deberían suceder las cosas: al revés.

CAPÍTULO 11

- Pues que no será fácil, va a ser muy duro. Tendremos que esforzarnos todos los días y quiero hacerlo porque te deseo. Quiero tenerte para siempre, Tú y Yo todos los días. ¿Harías algo por mí?.. Por favor imagina tu vida dentro de 30 o 40 años, ¿cómo la ves? Si es junto a ese hombre, vete. Te largaste una vez y lo soportaré otra si creyera que es lo que quieres, pero jamás tomes la vía fácil. 
+ ¿A qué vía te refieres? No hay ninguna fácil, haga lo que haga alguien acabará sufriendo. 
- ¿Podrías dejar de pensar en lo que quieren los demás? Incluso olvida lo que yo quiero y lo que él quiere o lo que tus padres quieren,¿tú qué quieres? 
+ No es tan sencillo.

Permanecía absorta ante la pantalla del "atontabobos", como la denominaba un profesor de historia que tuvo en el instituto, viendo entre lágrimas aquella parte del largometraje romántico que tanto la marcó una vez. ¿Por qué los seres humanos tienen ese instinto masoca? ¿Por qué se dedican a escuchar música depresiva o a ver películas de amor y desamor en momentos en los que solo pueden hacerles más daño? Misterios sin resolver.

Algo en su corazón despertó mientras observaba emocionada aquellas dos horas y pocos minutos de vida ficticia, los cuales en lugar de evadirla, la recordaban aún más la cruda verdad de su vida real. Sueles tener aquello que no deseas, y desear aquello que no tienes, o eso dicen. A veces es cierto. Somos inconscientemente caprichosos. Y eso la hacía pensar más aún en si realmente llegamos a querer algo de verdad, o simplemente nos adentramos en la búsqueda de conseguir aquello que no tenemos.

"Basta de pensar", se dijo a sí misma. Recordó la última frase que el atractivo protagonista le imploraba con ojos de cordero degollado a su amante, ¿tú que quieres? Sintió el deseo de abrazarle, a él. A aquel que durante mucho tiempo había pedido su abrazo, a ella. Y que bien se sentía cuando sus brazos la rodeaban. Era un acto que tal vez sobrevaloraba demasiado, pero adoraba la sensación de retroceder en el tiempo y sentirse pequeña, aún más de lo habitual. De tener a alguien que velara por ella, que la hiciera sentir tranquila. Freud quizás no iba tan desencaminado, pensó.

Pero la razón de añorar esas y otras cosas es fruto de haberlas perdido. Qué extraño y complicado el ser humano, que siempre actúa y siente cuando ya no corresponde. Apagó el televisor antes de que los protagonistas tuvieran su feliz reconciliación. Antes de que de nuevo sus ojos comenzaran a llenarse de gotas de agua saladas. Si ya es difícil ponerse de acuerdo uno consigo mismo, imagina la ardua tarea que puede ser la de conseguir que se pongan dos. Comenzó a evadirse de la película y a divagar entre pensamientos. Llegó a la conclusión de que puede que muchas veces sea cierto aquello de que somos nosotros los primeros en complicar las cosas, pero como decía la amante protagonista, muchas otras, no es tan sencillo.
No siempre hay segundas partes. No siempre suceden finales felices. No siempre se tiene todo lo que se quiere. 
©SandraLópezOrtiz_uca

viernes, 13 de septiembre de 2013

Como suceden y no deberían suceder las cosas: al revés.

CAPÍTULO 12.

La pantalla del teléfono móvil parpadeaba por momentos debido a la incandescente lucecilla que brillaba de manera interrumpida. La cama permanecía deshecha, como tras una batalla de amor descontrolado, solo que esta vez, la guerra había sido solo de ella contra aquel colchón (mucho menos divertida). Asomó la cabeza para advertir que alguien desde el más allá estaba contactando con ella, a través de aquel aparato que el avance tecnológico había convertido en indispensable para los contemporáneos. Pero con el mismo lento movimiento que levantó ligeramente su rostro, volvió a apoyarlo de nuevo. Cerró los ojos para no ver nada. No le interesaba aquello que la rodeaba. La apatía se había instalado en aquella cama, la que le recordaba a modo de sábanas frías y revueltas, que no tenía ya compañero de sueños. La verdad es que siempre había soñado mucho, pero despierta. No era común en ella, entregarse como el resto de la mayoría de mortales al placentero sueño cuando caía la noche. En esos momentos es cuando más hacía trabajar a su incansable cerebro.
La pantalla del aparatito se encendió por completo a la par que una melodía que bien reconocía envolvió la habitación. Observo lo que aquella pequeña máquina contenía: un nombre que bien conocía. No, no era él. Dio gracias de que existe un botón en aquellos instrumentos que permite en un simple segundo hacer que aquello que te molesta, en este caso la dichosa canción que continuaba insistiendo, desapareciera al instante. Se tapó aún con más fuerza bajo aquellas sábanas embrolladas, como si volviera a la infancia y el monstruo que merodeaba por la habitación no lograra verla. Se sintió pequeña, desprotegida, sola. Y recordó aquella frase que tanto la marcó "sabía estar solo sin sentirse solo", que difícil era tal propósito a veces.

Pasaron varios minutos en los que una y otra vez masticaba los mismos pensamientos y recuerdos, como intentando analizar un gazapo en la película. Pero eso no solo la consumía aún más. Volvió a sonar la melodía dichosa apareciendo el mismo nombre de antes en la pantalla, y esta vez no dio a aquel botoncito que hace que lo molesto desaparezca. Respiró profundo y descolgó sin ganas:

- Deja de ignorarme. Prepárate, que vamos a la playa, y no me digas que no. A las tres y media te paso a buscar.
- Vale- respondió aún absorta por lo que aquel interlocutor le había transmitido sin esperar ningún acto comunicativo más que el asentimiento.

Deslizó las sábanas ahora calientes de su cuerpo, y sintió un escalofrío. Cerró los ojos de nuevo imaginando que aquel reflejo del cuerpo humano, había sido consecuencia del suave tacto que aquellas manos que ahora añoraba acostumbraban a despertarla tocándola con calma. Abrió de nuevo sus ojos: aquella cama seguía vacía y no había manos que la acariciaban. Volvió a sentir como su corazón se hundía, como golpe de bajo cuando te encuentras junto al altavoz de la discoteca. Sintió el deseo de llamar y cancelar la quedada pero no lo hizo. Se levantó de golpe y se apresuró a coger la ropa de playa. Se asomó a la ventana y vio rayos de luz que entraban atrevidos. Entonces pensó para sí: no será un buen día para mi, pero es un buen día. Y al menos mojaré los pies en el agua".

©SandraLópezOrtiz_uca

viernes, 6 de septiembre de 2013

Como suceden y no deberían suceder las cosas: al revés.

CAPÍTULO 13

                Suelen decir que el número trece está maldito, es síntoma de mala suerte, mal augurio. Tonterías. Antes podría decirse que creía algo en aquellas cosas, hasta el punto de que con trece años (irónicamente) se compró en la papelería del barrio una baraja de cartas del Tarot. Quizás lo hizo con la no tan inocente intención de procurar anticiparse a lo que le quedaba por venir, que era tanto, como todos los adultos de su alrededor la decían cada vez que la veían “tienes toda una vida por delante, jovencita”, mientras como si de un animal doméstico se tratara pasaban su mano acariciando su cabello. Y como la jodía aquello de los diminutivos con tono presuntuoso. Cuán equivocados están los adultos creyendo que la edad es paraguas del juzgar y aleccionar sin remordimiento ninguno, haciendo creer que al crecer te vuelves todo seguridad. Y que bien mentían aquellas falsas figuras del saber, pues cada año de vida que aumentaba ella se sentía más perdida y confundida, muy lejos de aquella Villa Seguridad que observaba años atrás mirando hacia arriba con las coletas cayéndole en su pequeño rostro. Como deseaba tener ese número gafado: trece, trece años. Y volver a creer en lo que unos muñecos bien grabados en aquellas cartas simbolizaban. Poder conocer lo que estaba por venir para intentar actuar con cautela, o sin ella, dependiendo de lo que allí se predecía literalmente, con las cartas sobre la mesa.

Pero la vida iba pasando y de manera proporcional como ecuación matemática: a mayor cantidad vivida, mayor rapidez temporal. No le gustaba tener ese sentimiento pues la hacía acercarse un poco más a aquellos seres adultos que tan agridulce recuerdo la dejaron. Solo que a veces, uno se acaba pareciendo más de lo que se imagina a lo que intenta no parecerse. Quizás es que en el fondo, todos tenemos alma de niños y seguimos con el viejo cuento de adentrarnos en lo incorrecto, lo prohibido.

Sea como fuere, mojó sus pies en aquella agua salada que impactó en la piel que los cubría debido al contraste de temperatura. De pronto, tuvo un pensamiento un tanto paranoico del que resultó un paralelismo peculiar. Observó su extremidad mojada y se dio cuenta de que en cuestión de segundos el estado de sequedad se había convertido en húmedo: su pie permanecía ya mojado. Trasladó dicho cambio a situaciones de la vida, en las que tan solo un segundo hace falta para cambiar una historia por completo. Lo que está de una forma (seco) deja de estarlo, o viceversa. Y ya no puedes dar marcha atrás. Seguía mirando su pie cubierto de agua mientras se sumergía con su mente en aquel pensamiento. Aunque quisiera volver a tener aquel pie seco y lo sacara del agua, necesitaría algo de tiempo y ayuda para que volviera a su estado normal. Y es cuando entonces una bombilla se esbozó sobre su cabeza, como en los dibujos animados, y al más puro estilo “eureka” dijo en alto, pero para sí:

     -  El tiempo.

Y es que esa era la clave para todo: el tiempo. Aquello que no podemos manejar aunque quisiéramos. Aquello de lo que dependemos. A lo que estamos condenados al mismo tiempo que nos aferramos con fuerza. Pero una vez que ha pasado, si puedes elegir como contarlo. Por ello esta historia, no está narrada como debería, sino como suelen suceder las cosas de la vida: al revés.

©SandraLópezOrtiz_uca


miércoles, 28 de agosto de 2013

De batallas y cruzadas

Entraste en mi vida de la forma más azarosa que existía, como un juego del destino que acabó convirtiéndose en el nuestro propio. Al principio eras aquel ser que se escondía entre palabras escritas a distancia, día y noche. Dos desconocidos conociéndose a través de las palabras, aquellas que nos separaban y que paradójicamente acabaron acercándonos, de una forma que jamás imaginé. Tal vez demasiado rápido.

Y como una niña con sus regalos de Papá Noel, en aquellas mágicas fechas, me comenzaste a devolver la ilusión que permanecía dormida en cuanto a las cosas del querer, del querer de veras. El mejor regalo que pude tener. Y bajo la luna de una nochebuena acabé diciéndote sin saber por qué "Bésame", y ahí es cuando con recelo te abrí la puerta de lo que era. Tal vez porque con una mirada ya había visto en ti todo lo bueno que contiene tu ser.

Y comenzó la batalla del amor, aquel que perseguimos y que cuesta tanto alcanzar, al menos a la vez, para dos soldados que luchan en opuestas filas. Aquel que duele al mismo tiempo que la llama aviva. Me abrumaste al enseñarme lo que es que te quieran sin esperar nada. Lo que es amar sanamente, hasta el punto de curar el alma. Pero la balanza de mi corazón, haciendo honor a mi signo, solo tenía fuerzas para intentar mantener el equilibrio: tarea no demasiado fácil. Uno llega con el peso del pasado, y el presente no tiene la culpa de eso, pero lo paga, como en tantas guerras mueren tantos inocentes. Tal vez me precipité en el salto, y necesitaba más tiempo para mi, para preparar mi caída en el trampolín de tu piscina llena y con salvavidas.

Y así pasaban los días, en los que tu lucha combatía con mis dudas al mismo tiempo que yo misma libraba mi propia batalla, y por supuesto, tú la tuya. Que caprichosos son los momentos que se alían con los sentimientos poniéndote las cosas más duras en la cruzada. Pero muchas veces sentía esa luz que brillaba en mi dualidad, fruto de tu admirable persistencia, sintiendo lo que cantaba Amaral: "Como decirte que me has ganado poquito a poco, tú que llegaste por casualidad".

Y como en toda contienda llegó el fin, el sufrimiento es un lastre que pesa demasiado y hay que liberarlo. Se escondieron las pacíficas armas para que aparecieran las heridas. Hubo daños incontrolables, giros del destino, cambios de bandos, amnistía casi obligada por ser amigos de batalla.

Tal vez la vida nos vuelva a juntar de nuevo, con la batalla ganada, con una tregua desde cero, con ningún obstáculo más. Hace tiempo que dejé de creer en el destino, pero sí creo en los momentos.
Tal vez este no era el nuestro.
Tal vez el tiempo nos tenga preparada una victoria.
Tal vez en nuestro próximo encuentro combatamos en la misma fila, y alcancemos, juntos, la paz.

©SandraLópezOrtiz_uca


jueves, 8 de agosto de 2013

El por qué de los porqués, dijo una felina

Volvió a sentirse perdida pero no se asustó. Es un estado al que el ser humano vuelve a recurrir a menudo. Abrió la puerta de sus deseos y se atracó a preguntas, como lo hacía con la nevera en noches de ansiedad.

¿Por qué la belleza de la vida reside en aquello que suele doler, la injusticia?
¿Por qué siempre solemos hacer más daño a los que más queremos?
¿Por qué no hay respuestas para tantas preguntas?

Cerró de golpe la puerta simbólica de su conciencia y le dio portazos a todas las baldas llenas de interrogantes. Hay cosas en la vida que no tienen su porque. Hay simplemente decisiones que no se pueden comprender, y eso duele, pero es el precio que se paga por disfrutar del viaje.

Hay acciones que se escapan de nuestro control y con las que hay que lidiar, aceptar, sobrellevar. Porque a veces querer no es suficiente para poder, al igual que en ocasiones la capacidad de poder no alcanza a la de querer. Así que experimentó la tristeza una vez más, quizás también acompañada de una cruda compañera, la impotencia. Cuan duro es aceptar nuestras propias decisiones (y aún es peor aceptar las de los demás-pensó-), sobre todo si anhelas la redención.

Recogió el resto de dudas y las amontonó en un cajón de su cabeza. Uno no se puede parar en el camino y lamentarse, hay que seguir, seguir como sea. Cargando con más peso, que aunque a veces duela, es el que nos hace no despegar los pies de la tierra. Continuar buscando ese calor y aliento que ayuda a proseguir con la marcha en tantos terrenos salvajes que nos vemos obligados a cruzar, como lo hacen las dóciles fieras. Y es que en el fondo no somos más que la evolución animal. ¿O a caso la vida no se trata de supervivencia?

©SandraLópezOrtiz_uca

lunes, 1 de julio de 2013

La estación de los sentimientos

Echar la vista atrás es bueno a veces, lo escuchó en alguna canción. Cuando vio que el tiempo viajaba más rápido que sus propios recuerdos se asustó. ¿A caso dejaría de almacenar momentos en esa disquetera tan compleja que tenemos en nuestra mente? La aterraba la idea de olvidar el sentimiento de esos meses, que aunque no tan cálidos como años perecederos, la habían invadido de la más sincera felicidad con tantas historias, tantos momentos.

Y llegó abril con sus flores que aún no aparecían porque el invierno celoso las impedía florecer.

Y mayo intentó aparecer también luchando con fuerza, viéndose unas tímidas faldas volando al son de un viento que todavía helaba el alma.

Y entonces, apareció junio. Y este si que luchó por su presencia como ninguno de los meses anteriores, hasta el punto de que parece que venció al invierno, creando nuevos sueños, deshelando los corazones.

Entonces fue cuando, tras hacer caso a aquella sabia frase de una canción sin nombre, se dio cuenta de que el frío o el calor no solo depende del tiempo, sino de uno mismo. Que estos últimos meses la habían dado el confort deseado y esperado y de que no había sentido ningún escalofrío, salvo el que provocaba la ilusión. Que había encontrado su sitio sabiendo compartirlo con aquellos que la entendían. Que había disfrutado de vivir siendo el mes que fuese, aunque no encajara en la estación correspondiente. Como odiaba los cambios de estaciones repentinos, las amargas despedidas que tan lejos se ven en el tiempo pero que tan deprisa se alcanzan.

Se dio cuenta de que la primavera había llegado a su vida en este nuevo año, aunque el hombre del tiempo se empeñara en pronosticar lo contrario. Y de que por mucho frío que anunciaran ahí afuera, de ahora en adelante, todo puede ser verano.

©SandraLópezOrtiz_uca

miércoles, 20 de marzo de 2013

Unos rayos de sol

Despertó con la luz que invadía aquella habitación, la cuál había pasado a formar parte de ella. Notaba algo diferente en esa mañana de una tímida primavera que se asomaba por la puerta, quedándose educadamente en el marco. No le pesaban los años, ni los errores. Sentía su espalda ligera de cargas, como cuando años atrás llegaba del colegio y aliviada se desprendía de la mochila cargada de libros. Se incorporó en la suave cama envuelta de sábanas que acariciaban cuidadosas su piel. Miró hacia el suelo y observó sus pies desnudos. Se incorporó viéndose reflejada en el espejo de enfrente el cuál sin piedad la escupía quien era. Pero sintió una extraña sensación y entonces sonrió. Sin saber por qué le gustaba aquello que observaba. Comenzó a apreciar las marcas de su cara, anhelante del placentero sueño del que acababa de despertar. Las marcas de su vida, esas que siempre la iban a acompañar. Y se dio cuenta de que después de todo, sentía su corazón latir con fuerza, pidiéndola una nueva guerra. Volvió a detenerse fijamente en lo que aquel cristal la ofrecía y recordó tantas de las cosas que habían pasado en su vida. Todas habían ayudado a esculpir aquel rostro. Es tan difícil no construirse a través de los recuerdos. Pero de pronto los rayos comenzaron a irrumpir en la estancia, alcanzando la mitad de su cara. Ella brillaba. Sentía la energía del sol y la suya propia fundiéndose, recobrando más vida. Observó por última vez su reflejo envuelto en el halo mágico de la tan necesaria estrella incandescente, y advirtió algo: le gustaba quien era.

©SandraLópezOrtiz_uca

martes, 12 de marzo de 2013

Cuando preguntan los signos de interrogación

Y quieres lo que no tienes precisamente por eso, porque te falta.
Y cuando te falta algo intentas buscarlo hasta conseguirlo.
Y cuando lo consigues lo deshechas porque quieres de nuevo lo que vuelves a no tener,
lo que deseas con ansia.

Nos dicen que la vida es lo que es y pocas veces lo que esperas.
Que no desesperes porque todo llega, y todo lo bueno que llega lo hace sin avisar.
Que hay que avisar a la suerte luchando por lo que se quiere y así puede que lo consigas.
¿Quién se atreve a dar lecciones?

No hay nada seguro ni en lo que se dice ni en lo que se hace,
en ninguna de tus decisiones.
Porque hasta las preguntas preguntan, 
hasta las dudas dudan, 
hasta el miedo se asusta.
Porque ninguno estamos a salvo en este río de rápidos,
porque la balsa se da la vuelta pillándote desprevenido,
mojándote por completo.
Porque ni tú ni nadie llega sin esfuerzo al punto álgido
y mucho menos sin haber dudado primero.

©SandraLópezOrtiz_uca

jueves, 14 de febrero de 2013

Miedo del miedo

A veces siente que avanza porque no hay remedio, porque el tiempo únicamente viaja en solo una dirección. Pero a menudo la acompaña (imagina que como a todos) un compañero mochilero imprescindible, siempre y cuando no abusemos en exceso de su compañía, su/nuestro amigo, el miedo.

Cuando golpea demasiado fuerte, ella intenta aferrarse a lo que muchas veces leyó o la dijeron: aquello de que si tienes miedo a algo es porque de verdad te importa. Y realmente la importaba. La importaba perder aquella brisa de aire fresco que había entrado sin avisar, en la habitación con persianas a medio subir en la que permanecía a la espera.

El tiempo de la expectación ya había cesado, o al menos eso parecía. Lo tenía delante después de mucho tiempo, pero la invadía el miedo por momentos. Es tan difícil saber cuando ha de cesar la etapa de demora. Cuando por fin has encontrado lo que buscabas. ¿Cómo estaba segura? Y es que en realidad se dio cuenta de que nunca dejamos de esperar, de que la seguridad solo existe para aquellos que permanecen anclados en el mismo punto.

En ocasiones maldice a su fiel acompañante, aquel que se camufla de muy diversas formas. Como el miedo a la oscuridad en una calle desierta, ese que la hace acelerar su paso al mismo tiempo que su agitado corazón pone banda sonora a la noche que la envuelve. Como el miedo a hacerse mayor junto a alguien, a depender de la que ya se convierte en tu otra mitad, cuando el tiempo de dos se vuelve el tiempo de uno. O a la maldita anteposición de tal desgarradora dependencia, la soledad. O el miedo a ver a tientas, porque hay algo que la impide ver con claridad. El miedo a lanzarse a una piscina vacía por temor al fracaso, a la vergüenza. El miedo a lo desconocido, al peso del pasado. Y el mas ruin de todos, el miedo al propio miedo.

Entonces recordó que hubo un tiempo, aunque fuesen pequeños instantes, en que sentía la tranquilidad absoluta, como si de una niña a la que le dejan la luz encendida para poder dormir se tratase. Y pensó en que quizás la juventud tenía algo que ver. Quizás con el paso de los años acumulaba más miedo. Quizás porque el viaje está cada vez más cerca del destino. Quizás porque ella aún no está lista para la última parada.

©SandraLópezOrtiz_uca

lunes, 28 de enero de 2013

Envidiosa distancia

Intentan atrapar el tiempo con caricias,
pero es inútil: las manecillas parecen girar
mucho más rápido de lo normal.
Exprimen los últimos aromas del tú a tú,
antes de que el contacto se desvanezca entre km.

Ellos no dejan de besarlas,
como si ese gesto retuviese sus huidas.
Ellas suben al bus sin volver la mirada,
como si así no se toparan con la realidad de golpe.

Entonces, escasos metros separan
lo que hasta hace poco se unía.
Ellos cabizbajos miran como se aleja lo cercano,
y despiden con la mano mientras maldicen con el corazón.

El bus se pierde en el camino hacia ciudad distancia,
y los apenados caballeros retoman su vida
sin parte de ella, con aflicción,
acompañando su paso con música en sus oídos,
quizás intentando llenar ese vacío.

Y ya cada uno por su lado,
solos consigo mismos, con una mitad menos,
piensan en aquello que cantaron una noche de verano:
"que envidiosa la distancia,
también quiso formar parte de lo nuestro".

©SandraLópezOrtiz_uca

lunes, 14 de enero de 2013

Castillos de arena

Llevaba su pelo recogido en un quiqui enmarcando su pequeña cara permitiéndola ver con claridad los castillos de arena que construía enérgicamente en la orilla del mar. Advirtió que al destapar el cubo decorado con pececitos la arena se desparramaba sin lograr mantenerse firme, sin guardar la forma que el cubo perseguía. De pronto adivinó que necesitaba arena más dura, por lo que humedeció un montículo de diminutos granos y repitió la misma acción, esta vez, logrando una torre perfecta.

Hoy dos grandes mechones de pelo invaden el espacio vital de su rostro, como intentando esconderse de algo por momentos. Paseaba por la misma orilla de hace años, caminando sobre la arena que un día fue la que servía para construir torres y castillos de ilusiones. Volvió a sentirse niña de nuevo.

Entones se dio cuenta de que la vida no cambia tanto. De que nunca se deja de crecer. De que a veces pisamos sobre lo que un día levantamos y volvemos a empezar. Siempre hay prueba-error, experiencia-logro. Siempre hay que buscar mil tácticas para que los castillos, ahora ya construidos en el aire de lo inesperado, se mantengan firmes.

Inhaló toda la brisa marina que eran capaz de absorber sus pulmones y se recogió el pelo suelto en una coleta. Observó que así veía mejor. Esconderse tras ella no siempre es la mejor opción, se pierde las vistas que hay a su alrededor y la dificulta la tarea de construir nuevos castillos, quizás los mejores que haya visto hasta el momento.

©SandraLópezOrtiz_uca