Y llegó abril con sus flores que aún no aparecían porque el invierno celoso las impedía florecer.
Y mayo intentó aparecer también luchando con fuerza, viéndose unas tímidas faldas volando al son de un viento que todavía helaba el alma.
Y entonces, apareció junio. Y este si que luchó por su presencia como ninguno de los meses anteriores, hasta el punto de que parece que venció al invierno, creando nuevos sueños, deshelando los corazones.
Entonces fue cuando, tras hacer caso a aquella sabia frase de una canción sin nombre, se dio cuenta de que el frío o el calor no solo depende del tiempo, sino de uno mismo. Que estos últimos meses la habían dado el confort deseado y esperado y de que no había sentido ningún escalofrío, salvo el que provocaba la ilusión. Que había encontrado su sitio sabiendo compartirlo con aquellos que la entendían. Que había disfrutado de vivir siendo el mes que fuese, aunque no encajara en la estación correspondiente. Como odiaba los cambios de estaciones repentinos, las amargas despedidas que tan lejos se ven en el tiempo pero que tan deprisa se alcanzan.
Se dio cuenta de que la primavera había llegado a su vida en este nuevo año, aunque el hombre del tiempo se empeñara en pronosticar lo contrario. Y de que por mucho frío que anunciaran ahí afuera, de ahora en adelante, todo puede ser verano.
©SandraLópezOrtiz_uca
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