jueves, 14 de febrero de 2013

Miedo del miedo

A veces siente que avanza porque no hay remedio, porque el tiempo únicamente viaja en solo una dirección. Pero a menudo la acompaña (imagina que como a todos) un compañero mochilero imprescindible, siempre y cuando no abusemos en exceso de su compañía, su/nuestro amigo, el miedo.

Cuando golpea demasiado fuerte, ella intenta aferrarse a lo que muchas veces leyó o la dijeron: aquello de que si tienes miedo a algo es porque de verdad te importa. Y realmente la importaba. La importaba perder aquella brisa de aire fresco que había entrado sin avisar, en la habitación con persianas a medio subir en la que permanecía a la espera.

El tiempo de la expectación ya había cesado, o al menos eso parecía. Lo tenía delante después de mucho tiempo, pero la invadía el miedo por momentos. Es tan difícil saber cuando ha de cesar la etapa de demora. Cuando por fin has encontrado lo que buscabas. ¿Cómo estaba segura? Y es que en realidad se dio cuenta de que nunca dejamos de esperar, de que la seguridad solo existe para aquellos que permanecen anclados en el mismo punto.

En ocasiones maldice a su fiel acompañante, aquel que se camufla de muy diversas formas. Como el miedo a la oscuridad en una calle desierta, ese que la hace acelerar su paso al mismo tiempo que su agitado corazón pone banda sonora a la noche que la envuelve. Como el miedo a hacerse mayor junto a alguien, a depender de la que ya se convierte en tu otra mitad, cuando el tiempo de dos se vuelve el tiempo de uno. O a la maldita anteposición de tal desgarradora dependencia, la soledad. O el miedo a ver a tientas, porque hay algo que la impide ver con claridad. El miedo a lanzarse a una piscina vacía por temor al fracaso, a la vergüenza. El miedo a lo desconocido, al peso del pasado. Y el mas ruin de todos, el miedo al propio miedo.

Entonces recordó que hubo un tiempo, aunque fuesen pequeños instantes, en que sentía la tranquilidad absoluta, como si de una niña a la que le dejan la luz encendida para poder dormir se tratase. Y pensó en que quizás la juventud tenía algo que ver. Quizás con el paso de los años acumulaba más miedo. Quizás porque el viaje está cada vez más cerca del destino. Quizás porque ella aún no está lista para la última parada.

©SandraLópezOrtiz_uca