lunes, 14 de enero de 2013

Castillos de arena

Llevaba su pelo recogido en un quiqui enmarcando su pequeña cara permitiéndola ver con claridad los castillos de arena que construía enérgicamente en la orilla del mar. Advirtió que al destapar el cubo decorado con pececitos la arena se desparramaba sin lograr mantenerse firme, sin guardar la forma que el cubo perseguía. De pronto adivinó que necesitaba arena más dura, por lo que humedeció un montículo de diminutos granos y repitió la misma acción, esta vez, logrando una torre perfecta.

Hoy dos grandes mechones de pelo invaden el espacio vital de su rostro, como intentando esconderse de algo por momentos. Paseaba por la misma orilla de hace años, caminando sobre la arena que un día fue la que servía para construir torres y castillos de ilusiones. Volvió a sentirse niña de nuevo.

Entones se dio cuenta de que la vida no cambia tanto. De que nunca se deja de crecer. De que a veces pisamos sobre lo que un día levantamos y volvemos a empezar. Siempre hay prueba-error, experiencia-logro. Siempre hay que buscar mil tácticas para que los castillos, ahora ya construidos en el aire de lo inesperado, se mantengan firmes.

Inhaló toda la brisa marina que eran capaz de absorber sus pulmones y se recogió el pelo suelto en una coleta. Observó que así veía mejor. Esconderse tras ella no siempre es la mejor opción, se pierde las vistas que hay a su alrededor y la dificulta la tarea de construir nuevos castillos, quizás los mejores que haya visto hasta el momento.

©SandraLópezOrtiz_uca

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