miércoles, 28 de agosto de 2013

De batallas y cruzadas

Entraste en mi vida de la forma más azarosa que existía, como un juego del destino que acabó convirtiéndose en el nuestro propio. Al principio eras aquel ser que se escondía entre palabras escritas a distancia, día y noche. Dos desconocidos conociéndose a través de las palabras, aquellas que nos separaban y que paradójicamente acabaron acercándonos, de una forma que jamás imaginé. Tal vez demasiado rápido.

Y como una niña con sus regalos de Papá Noel, en aquellas mágicas fechas, me comenzaste a devolver la ilusión que permanecía dormida en cuanto a las cosas del querer, del querer de veras. El mejor regalo que pude tener. Y bajo la luna de una nochebuena acabé diciéndote sin saber por qué "Bésame", y ahí es cuando con recelo te abrí la puerta de lo que era. Tal vez porque con una mirada ya había visto en ti todo lo bueno que contiene tu ser.

Y comenzó la batalla del amor, aquel que perseguimos y que cuesta tanto alcanzar, al menos a la vez, para dos soldados que luchan en opuestas filas. Aquel que duele al mismo tiempo que la llama aviva. Me abrumaste al enseñarme lo que es que te quieran sin esperar nada. Lo que es amar sanamente, hasta el punto de curar el alma. Pero la balanza de mi corazón, haciendo honor a mi signo, solo tenía fuerzas para intentar mantener el equilibrio: tarea no demasiado fácil. Uno llega con el peso del pasado, y el presente no tiene la culpa de eso, pero lo paga, como en tantas guerras mueren tantos inocentes. Tal vez me precipité en el salto, y necesitaba más tiempo para mi, para preparar mi caída en el trampolín de tu piscina llena y con salvavidas.

Y así pasaban los días, en los que tu lucha combatía con mis dudas al mismo tiempo que yo misma libraba mi propia batalla, y por supuesto, tú la tuya. Que caprichosos son los momentos que se alían con los sentimientos poniéndote las cosas más duras en la cruzada. Pero muchas veces sentía esa luz que brillaba en mi dualidad, fruto de tu admirable persistencia, sintiendo lo que cantaba Amaral: "Como decirte que me has ganado poquito a poco, tú que llegaste por casualidad".

Y como en toda contienda llegó el fin, el sufrimiento es un lastre que pesa demasiado y hay que liberarlo. Se escondieron las pacíficas armas para que aparecieran las heridas. Hubo daños incontrolables, giros del destino, cambios de bandos, amnistía casi obligada por ser amigos de batalla.

Tal vez la vida nos vuelva a juntar de nuevo, con la batalla ganada, con una tregua desde cero, con ningún obstáculo más. Hace tiempo que dejé de creer en el destino, pero sí creo en los momentos.
Tal vez este no era el nuestro.
Tal vez el tiempo nos tenga preparada una victoria.
Tal vez en nuestro próximo encuentro combatamos en la misma fila, y alcancemos, juntos, la paz.

©SandraLópezOrtiz_uca


jueves, 8 de agosto de 2013

El por qué de los porqués, dijo una felina

Volvió a sentirse perdida pero no se asustó. Es un estado al que el ser humano vuelve a recurrir a menudo. Abrió la puerta de sus deseos y se atracó a preguntas, como lo hacía con la nevera en noches de ansiedad.

¿Por qué la belleza de la vida reside en aquello que suele doler, la injusticia?
¿Por qué siempre solemos hacer más daño a los que más queremos?
¿Por qué no hay respuestas para tantas preguntas?

Cerró de golpe la puerta simbólica de su conciencia y le dio portazos a todas las baldas llenas de interrogantes. Hay cosas en la vida que no tienen su porque. Hay simplemente decisiones que no se pueden comprender, y eso duele, pero es el precio que se paga por disfrutar del viaje.

Hay acciones que se escapan de nuestro control y con las que hay que lidiar, aceptar, sobrellevar. Porque a veces querer no es suficiente para poder, al igual que en ocasiones la capacidad de poder no alcanza a la de querer. Así que experimentó la tristeza una vez más, quizás también acompañada de una cruda compañera, la impotencia. Cuan duro es aceptar nuestras propias decisiones (y aún es peor aceptar las de los demás-pensó-), sobre todo si anhelas la redención.

Recogió el resto de dudas y las amontonó en un cajón de su cabeza. Uno no se puede parar en el camino y lamentarse, hay que seguir, seguir como sea. Cargando con más peso, que aunque a veces duela, es el que nos hace no despegar los pies de la tierra. Continuar buscando ese calor y aliento que ayuda a proseguir con la marcha en tantos terrenos salvajes que nos vemos obligados a cruzar, como lo hacen las dóciles fieras. Y es que en el fondo no somos más que la evolución animal. ¿O a caso la vida no se trata de supervivencia?

©SandraLópezOrtiz_uca