viernes, 13 de septiembre de 2013

Como suceden y no deberían suceder las cosas: al revés.

CAPÍTULO 12.

La pantalla del teléfono móvil parpadeaba por momentos debido a la incandescente lucecilla que brillaba de manera interrumpida. La cama permanecía deshecha, como tras una batalla de amor descontrolado, solo que esta vez, la guerra había sido solo de ella contra aquel colchón (mucho menos divertida). Asomó la cabeza para advertir que alguien desde el más allá estaba contactando con ella, a través de aquel aparato que el avance tecnológico había convertido en indispensable para los contemporáneos. Pero con el mismo lento movimiento que levantó ligeramente su rostro, volvió a apoyarlo de nuevo. Cerró los ojos para no ver nada. No le interesaba aquello que la rodeaba. La apatía se había instalado en aquella cama, la que le recordaba a modo de sábanas frías y revueltas, que no tenía ya compañero de sueños. La verdad es que siempre había soñado mucho, pero despierta. No era común en ella, entregarse como el resto de la mayoría de mortales al placentero sueño cuando caía la noche. En esos momentos es cuando más hacía trabajar a su incansable cerebro.
La pantalla del aparatito se encendió por completo a la par que una melodía que bien reconocía envolvió la habitación. Observo lo que aquella pequeña máquina contenía: un nombre que bien conocía. No, no era él. Dio gracias de que existe un botón en aquellos instrumentos que permite en un simple segundo hacer que aquello que te molesta, en este caso la dichosa canción que continuaba insistiendo, desapareciera al instante. Se tapó aún con más fuerza bajo aquellas sábanas embrolladas, como si volviera a la infancia y el monstruo que merodeaba por la habitación no lograra verla. Se sintió pequeña, desprotegida, sola. Y recordó aquella frase que tanto la marcó "sabía estar solo sin sentirse solo", que difícil era tal propósito a veces.

Pasaron varios minutos en los que una y otra vez masticaba los mismos pensamientos y recuerdos, como intentando analizar un gazapo en la película. Pero eso no solo la consumía aún más. Volvió a sonar la melodía dichosa apareciendo el mismo nombre de antes en la pantalla, y esta vez no dio a aquel botoncito que hace que lo molesto desaparezca. Respiró profundo y descolgó sin ganas:

- Deja de ignorarme. Prepárate, que vamos a la playa, y no me digas que no. A las tres y media te paso a buscar.
- Vale- respondió aún absorta por lo que aquel interlocutor le había transmitido sin esperar ningún acto comunicativo más que el asentimiento.

Deslizó las sábanas ahora calientes de su cuerpo, y sintió un escalofrío. Cerró los ojos de nuevo imaginando que aquel reflejo del cuerpo humano, había sido consecuencia del suave tacto que aquellas manos que ahora añoraba acostumbraban a despertarla tocándola con calma. Abrió de nuevo sus ojos: aquella cama seguía vacía y no había manos que la acariciaban. Volvió a sentir como su corazón se hundía, como golpe de bajo cuando te encuentras junto al altavoz de la discoteca. Sintió el deseo de llamar y cancelar la quedada pero no lo hizo. Se levantó de golpe y se apresuró a coger la ropa de playa. Se asomó a la ventana y vio rayos de luz que entraban atrevidos. Entonces pensó para sí: no será un buen día para mi, pero es un buen día. Y al menos mojaré los pies en el agua".

©SandraLópezOrtiz_uca

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