viernes, 6 de septiembre de 2013

Como suceden y no deberían suceder las cosas: al revés.

CAPÍTULO 13

                Suelen decir que el número trece está maldito, es síntoma de mala suerte, mal augurio. Tonterías. Antes podría decirse que creía algo en aquellas cosas, hasta el punto de que con trece años (irónicamente) se compró en la papelería del barrio una baraja de cartas del Tarot. Quizás lo hizo con la no tan inocente intención de procurar anticiparse a lo que le quedaba por venir, que era tanto, como todos los adultos de su alrededor la decían cada vez que la veían “tienes toda una vida por delante, jovencita”, mientras como si de un animal doméstico se tratara pasaban su mano acariciando su cabello. Y como la jodía aquello de los diminutivos con tono presuntuoso. Cuán equivocados están los adultos creyendo que la edad es paraguas del juzgar y aleccionar sin remordimiento ninguno, haciendo creer que al crecer te vuelves todo seguridad. Y que bien mentían aquellas falsas figuras del saber, pues cada año de vida que aumentaba ella se sentía más perdida y confundida, muy lejos de aquella Villa Seguridad que observaba años atrás mirando hacia arriba con las coletas cayéndole en su pequeño rostro. Como deseaba tener ese número gafado: trece, trece años. Y volver a creer en lo que unos muñecos bien grabados en aquellas cartas simbolizaban. Poder conocer lo que estaba por venir para intentar actuar con cautela, o sin ella, dependiendo de lo que allí se predecía literalmente, con las cartas sobre la mesa.

Pero la vida iba pasando y de manera proporcional como ecuación matemática: a mayor cantidad vivida, mayor rapidez temporal. No le gustaba tener ese sentimiento pues la hacía acercarse un poco más a aquellos seres adultos que tan agridulce recuerdo la dejaron. Solo que a veces, uno se acaba pareciendo más de lo que se imagina a lo que intenta no parecerse. Quizás es que en el fondo, todos tenemos alma de niños y seguimos con el viejo cuento de adentrarnos en lo incorrecto, lo prohibido.

Sea como fuere, mojó sus pies en aquella agua salada que impactó en la piel que los cubría debido al contraste de temperatura. De pronto, tuvo un pensamiento un tanto paranoico del que resultó un paralelismo peculiar. Observó su extremidad mojada y se dio cuenta de que en cuestión de segundos el estado de sequedad se había convertido en húmedo: su pie permanecía ya mojado. Trasladó dicho cambio a situaciones de la vida, en las que tan solo un segundo hace falta para cambiar una historia por completo. Lo que está de una forma (seco) deja de estarlo, o viceversa. Y ya no puedes dar marcha atrás. Seguía mirando su pie cubierto de agua mientras se sumergía con su mente en aquel pensamiento. Aunque quisiera volver a tener aquel pie seco y lo sacara del agua, necesitaría algo de tiempo y ayuda para que volviera a su estado normal. Y es cuando entonces una bombilla se esbozó sobre su cabeza, como en los dibujos animados, y al más puro estilo “eureka” dijo en alto, pero para sí:

     -  El tiempo.

Y es que esa era la clave para todo: el tiempo. Aquello que no podemos manejar aunque quisiéramos. Aquello de lo que dependemos. A lo que estamos condenados al mismo tiempo que nos aferramos con fuerza. Pero una vez que ha pasado, si puedes elegir como contarlo. Por ello esta historia, no está narrada como debería, sino como suelen suceder las cosas de la vida: al revés.

©SandraLópezOrtiz_uca


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