Deambulaba por el frío que envolvía esa ciudad encantada. La magia de la vida a veces se esconde entre las mantas que te ayudan a acurrucarte proporcionándote el dulce calor que te aviva el alma. En esa sensación pensaba mientras observaba a los transeúntes inquietos caminando con las bolsas cargadas, tan llenos de cosas, tan vacíos de otras tantas.
Hacía tiempo que ya no creía en el destino, sino en ella misma. Y pese a que quizás muchas veces las buenas jugadas acaban siendo faroles baratos, lo único que tenía completamente suyo eran sus propias cartas, y hay que jugarlas, sea cual sea el resultado.
Por eso comenzó a obligarse a ilusionarse como tiempo atrás hacía con esas luces, con los papeles de regalo que envolvían no juguetes, sino sueños. Con los dulces que animaban no solo el estómago. Con la música que ponía banda sonora a los pequeños momentos. Comenzó a envidar a lo grande, porque en ocasiones hay que perderlo todo para poder ganar lo que de verdad importa.
©SandraLópezOrtiz_uca
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