Se asomó a la ventana y respiró aire fresco. Aquella mañana el aire era aún más frío de lo que acostumbraba ser. Ya no la rozaba suavemente, sino que esta vez casi la arañaba el rostro como avisándola de algo.
Se encaminó a realizar sus rutinarias tareas cuando una llamada la sobresaltó haciéndola sonreír inexplicablemente. Se encontró con tanto esperando tan poco que la conmovió.
Con el mundo de desconocidos danzando a su alrededor ella se sentía cómoda y tranquila entre los suyos. Al salir del bar, de nuevo un golpe de cortante y frío aire heló su rostro por completo provocándole un escalofrío. Recordó como esa mañana antes de recibir la grata sorpresa fruto de aquella llamada, el aire la había arañado la cara como advirtiéndola.
Entonces se dio cuenta de lo que éste quería decirla: las cosas buenas llegan sin avisar, como las decepciones, pero tienes que abrir los ojos para verlas, estar despierto. El aire no le parecía tan frío ahora. Fue cuando supo que era feliz. Quizás no durante mucho, pero sí en ese momento, en aquel instante, y no podía dejar de sonreír.
©SandraLópezOrtiz_uca
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